“El agua: no la del río de torrente mínimo que mojó la geografía de su
infancia en Mendoza; no la del Río de la Plata que anda cerca del estadio de su
River querido, donde muchas tardes confirmó que de fútbol somos mientras
gritaba un gol”. Así empieza y luego crece uno de los párrafos más memorables
de Contar el juego. Literatura y deporte
en la Argentina (Capital Intelectual), el nuevo libro de Ariel Scher. No es
casual la elección de las palabras sobre el agua. Son parte del capítulo que el
autor dedica a Rodolfo Braceli, uno de los más brillantes en un libro brillante.
En Contar
el juego, Scher cuenta la vida de nueve escritores en virtud de sus
relaciones, en vida y en obra, con diferentes deportes. Así, Julio Cortázar y
el boxeo, Adolfo Bioy Casares y el tenis, o Roberto Fontanarrosa y el fútbol
pueden ser modos de acercar artes como la de la pelota y la de la pluma. El capítulo
sobre Haroldo Conti, otro de los logradísimos pasajes del libro, es una muestra
de las capacidades de observación y de narración que puede permitirse Scher. Y lo
hace parecer tan fácil que uno intuye que debe ser dificilísimo lograr un texto
así.
El libro de Scher es y no es un libro periodístico. Lo es en el mejor
sentido de esa práctica, en la costura, en el armado. Se deja ver el detalle
con que se han buscado ciertos datos, el hallazgo de referencias no accesibles
para cualquiera. Así, el libro no solo ordena y reconstruye los vínculos más
visibles entre los escritores y el juego, sino que indaga en aquellos puentes
más olvidados o ignorados. A veces, se trata de una línea en un párrafo. A
veces, una palabra suelta en una inmensa novela. La búsqueda está realizada con
rigor pero sin rigideces. Porque si hay algo que se respira en el libro es la
libertad. La libertad para buscar siempre el camino más bello posible para la
narración. Es entonces que Contar el
juego se aleja del periodismo. Allí donde ese oficio es una molestia, en el
bordado, en la terminación de las filigranas, el de Scher es el libro de un
escritor. Es literatura. Por eso, el autor no se cree más importante que las
historias que cuenta, no juzga nunca a sus personajes, y el cómo le interesa
tanto como el qué. Las metáforas no son nunca forzadas, las palabras están
elegidas con precisión y elegancia, y como resultado se genera un círculo
virtuoso. Los adjetivos son siempre los necesarios. Scher ha escrito un libro
bello, en el que algunas claves de lectura están escondidas. En los
agradecimientos, por ejemplo, hay una frase que define parte del espíritu de la
obra, y que es al mismo tiempo una muestra de los recursos a los que puede
acudir un escritor. Allí, Scher escribe: A
Alejandro Horacio Gómez, con quien leímos muchos goles y festejamos muchos
libros. En esas mismas páginas finales se puede percibir el espíritu y la
ideología que sustentan la obra. En los agradecimientos se trasluce que el
autor entiende a la actividad como una práctica colectiva. Aunque firmado por
una persona que tiene nombre y tiene apellido, el trabajo del libro tiene una
historia, una herencia, y es entre muchos y abrazados.
Hasta la elección del título resulta grata. La palabra juego dice tanto por sí misma que no hace
falta agregar demasiado. La clave, sin embargo, está en la elección de la
palabra contar. Que el título
comience con un verbo en infinitivo revela la búsqueda de la obra toda. En ese
verbo sin tiempo se deja ver que el libro es al mismo tiempo un deber, una
posibilidad, y un deseo.
Scher es un autor sensible e inteligente, que sabe manejar los tiempos
del relato y sabe acercarse a sus personajes sin llegar a atosigarlos. Más
bien, los lleva con el brazo en un hombro, los acompaña, y los escucha. En ese
punto, en la escucha atenta y cariñosa, es donde el autor encuentra su voz
propia. El acto se completa con su capacidad como lector, que es tan evidente
en él como poco frecuente en otros autores de libros sobre deporte. En las
lecturas de Scher descansa parte de su profundo saber sobre el juego, y sobre
la literatura.
En tiempos a veces mezquinos, Ariel Scher ha tenido un acto de gran
generosidad. Ha escrito un hermoso libro. Ante ese gesto, a los lectores solo queda
disfrutar, y agradecer.